Cuando escribí La Espada de los Druidas, tuve claro en todo momento que debía plasmar eso que algunos llaman "el viaje del héroe". ¿Y qué diablos es eso?, se preguntará más de uno. Pues bien: es algo tan sencillo (y a la vez tan complejo) como dar forma a un viaje físico (en mi caso, el de la búsqueda de una amuleto) y al mismo tiempo, demostrarle al lector el "viaje interior" que sufre el protagonista; es decir, aquel que -a través de una serie de vivencias trascendentales-, le da una lección de vida (o más bien toda una serie de lecciones) que poco a poco van transformándolo como persona: sus prioridades, su sabiduría, su forma de ser... En otras palabras: la madurez de su "yo" interno.
He de confesar que siempre tuve debilidad por ese tipo de historias, las que transforman al ser humano (por medio de una suerte de viaje iniciático), y que hacen que al final de la novela, el protagonista en cuestión tenga poco o nada que ver con el muchachito cándido e ingenuo que conocimos en las primeras páginas. Un recurso estilístico que con bastante frecuencia utiliza el gran Alberto Vázquez-Figueroa en sus novelas, que hace de este autor uno de mis favoritos, como ya he comentado en más de una ocasión.
Yo he tratado de hacer algo parecido con Madox (el atribulado protagonista de la saga Las Crónicas de Vulcania), y aunque en futuras secuelas mi intención es seguir haciéndolo madurar "a fuerza de palos", es evidente que su viaje interior más radical se da en la novela que abre la saga (La Espada de los Druidas), y que -Dios mediante- saldrá a la venta en tres o cuatro semanas. ¡Espero que sea de vuestro agrado!
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