jueves, 24 de octubre de 2019

LA HONESTIDAD DEL NOVELISTA


Hoy quisiera hablaros de algo que he dado en llamar "la honestidad del novelista".

"¿Y qué diablos es eso?", se preguntará más de uno. Pues, básicamente -a mi modo de ver- es cuando terminas tu relato, y nada más escribir la palabra "fin" sabes si le has dado a tus lectores el nivel de calidad que pensabas transmitir desde un principio. Y ojo, que no hablo de un nivel impuesto por la industria o las modas de turno, sino -insisto- autoimpuesto por ti. ¿Acaso puede haber juez más implacable que uno mismo? ¡Yo creo que no!

Escribir una novela no es, ni mucho menos, una tarea fácil. Pero escribir una BUENA novela es un trabajo realmente faraónico.
No basta con tener imaginación, dominio del lenguaje y una idea más o menos buena. ¡Si "sólo" fuera eso...!

Mirad: sólo la cantidad de documentación que debe recabar uno (sí, incluso en las novelas de fantasía o ciencia-ficción) es apabullantemente ABRUMADORA. Los lectores no llegan a hacerse ni una remota idea del trabajo de "pico y pala" que hay detrás de un buen texto. Yo mismo lo ignoraba antes de saltar por primera vez al terreno de juego, por lo que cuando me tocó "jugar" en serio, tuve que aprender a las bravas los trucos y las claves de un oficio complejo y (muy a menudo) poco agradecido. Y no me malinterpretéis, pues con esto no digo que yo me considere maestro de nada. Todo lo contrario: soy sólo un aprendiz en continua evolución.

Pero eso no impide que me defina como un novelista honesto.

Dicho de otro modo: escribir una novela es como construir una casa. Antes de nada, debe asentarse en unos buenos y sólidos cimientos. Sin eso, todo lo que tienes es un castillo de naipes que se desmoronará estrepitosamente ante el más leve soplido. Y aunque os cueste creerlo, hay mucho vendedor de castillos de naipes. Escritores sin escrúpulos que, lejos de dar lo mejor de sí mismos, se adecuan a las exigencias del mercado pensando en las ventas, en la comercialidad, antes que en la calidad de sus obras.

Para mí, la honestidad de mi labor como novelista NO ES NEGOCIABLE, y aunque os parezca mentira, podéis jurar que yo prefiero vender quinientos libros menos, siempre y cuando sienta que he sido honesto con mi público. Es decir: saber que en cada expresión, en cada metáfora, en cada giro argumental de mi obra, he dado justo lo que tenía que dar, y no he fabricado páginas como quien fabrica chorizos en cadena, sino que -por el contrario- he creado un vehículo capaz de transportar al lector a un viaje fantástico, más allá del espacio y del tiempo, con la mágica virtud de permitirle evadirse del mundo real en tanto dure la lectura.

Pese a todo, no ha faltado alguna web que no ha dudado en tildar mi primera novela (Las Crónicas de Vulcania: la Espada de los Druidas), como un "Juego de Tronos a la española". Yo no tengo muy claro si esto debiera tomármelo como un halago o como un tirón de orejas, pues creo de todo corazón que más allá de compartir género con el ilustre George R. R. Martin (fantasía épica), nuestros trabajos se parecen tanto como un tomate se parece a un limón.

Lo que sí tengo claro, es que si al final optáis por darle una oportunidad a mi obra (puede adquirirse con descuento desde esta misma página tanto en formato físico como electrónico) entenderéis sobradamente lo que he tratado de deciros con este artículo en lo referente a la honestidad del novelista.

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miércoles, 9 de octubre de 2019

CÓMO CREAR UN VILLANO DE PESO


Cuando te enfrentas al reto de escribir novela de aventuras, no tardas en caer en la cuenta de que crear al villano de turno es tan importante como crear al protagonista. Es decir: hay que saber equilibrar la balanza emocional de tus futuros lectores, y eso sólo puede lograrse si haces que empaticen con el protagonista al tiempo que rechazan al antagonista con idéntica intensidad.

Los villanos han de ser determinantes en el contexto de la trama, porque le dan sentido a los valores morales y a la lucha que libra el "prota" a lo largo de la historia, de forma que no se conciba la existencia del uno sin la presencia del otro.

Un buen protagonista ha de tener la capacidad de derrotar a un gran villano, y cuanto más peligroso sea ese villano, mayor será el mérito del héroe que lo enfrente y, por ende, mayor será la emoción del lector. Ahora bien: es imprescindible que el malo cuente con una motivación creíble. Los malvados que lo son "porque sí", suelen resultar planos, huecos, insípidos y por tanto, carentes de interés.

Particularmente, yo abogo por las tramas en las que un villano no empieza como tal, algo que suele ser bastante interesante porque se ve cómo va desarrollando sus sentimientos negativos y cómo estos van entrando poco a poco en conflicto con los intereses del protagonista. Si puedes hacer que el lector comprenda -aunque no comparta- la motivación del antagonista, que se la crea, habrás dado en el clavo: tu personaje será rico en matices.

Yo siempre digo que, para mí, un ejemplo de villano magistral es Magneto (el villano de los X-Men, en la imagen superior), porque uno puede comprender perfectamente la motivación que lo lleva a enfrentarse con la humanidad en favor de los mutantes. Y es que Magneto es un superviviente del holocausto judío, lo que lo encamina a la protección (más o menos radical) de la raza mutante a fin de evitar que pueda llegar a sufrir un destino similar.

Como es obvio, sobra decir que yo seguí todas estas premisas al pie de la letra cuando escribí Las Crónicas de Vulcania: La Espada de los Druidas.

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